lunes, 28 de mayo de 2012

(...) Tom besó los labios rojos.

—Ya está, Becky. Ahora, después de esto, no puedes querer a nadie más que a mí ni tampoco podrás casarte con nadie más que conmigo. ¿Estás conforme?

—Sí. Solamente te querré a ti y nos casaremos.

—Por supuesto. Y siempre que vengas a la escuela o vuelvas a tu casa , yo te acompañaré sin que nos vean, y yo te escogeré a ti y tú a mí en todas las fiestas, porque eso es lo que hacen los novios.

—¡Qué bien! Nunca lo había oído.

—Resulta divertidísimo. Amy Lawrence y yo...

Tom vio el efecto producido por su torpeza en los ojos inmensos que le contemplaban. Se detuvo, confuso.

—¡Tom! Entonces yo no soy tu primera novia.

La niña se echó a llorar.

—No te pongas así, Becky. Ya no me acuerdo de ella.

—Sí; sí que te acuerdas, Tom.

El chico intentó rodearle el cuello con el brazo; pero ella lo rechazó y, con la cara vuelta hacia la pared, prosiguió su llanto. Intentó de nuevo la reconciliación; pero ella se obstinó en rechazarlo. Tom, herido en su orgullo, dio media vuelta y salió de la escuela. Agitado y nervioso, se quedó un rato en sus proximidades mirando hacia la puerta con la esperanza de que la niña, arrepentida, saliera a buscarle. No sucedió así y comenzó a afligirse pensando que la culpa era suya. Tras mantener recia lucha consigo mismo, decidió hacer nuevos avances, y reuniendo ánimos para la empresa, entró en la escuela. La chiquilla permanecía en el rincón de cara a la pared sollozando. Tom, traspasado de remordimiento, fue hacia ella y se detuvo un momento sin saber qué hacer. Vacilante y en voz muy baja, dijo:

—Becky, no quiero a nadie más que a ti...


Las aventuras de Tom Sawyer, Mark Twain.

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