jueves, 7 de agosto de 2014

Bergamo - Atenas: lo memorable.

Cosas memorables a modo de lista, para hacerlo menos pesado:

– Si tienes que ir del aeropuerto a la ciudad, hazlo caminando. Verás cosas y pondrás a prueba tu orientación.

– También puede ser que te pierdas. En ese caso, pregunta. Mejor si es en el idioma local. Puede que una anciana intente orientarte con escaso éxito o que un señor decida llevarte hasta el centro de la ciudad.

– Jugar al ajedrez contra uno mismo es una magnífica forma de pasar la tarde. Si es acompañado de un café y algo para comer, mejor.

– Una familia italiana súper maja nos llevó unos cuantos kilómetros en la dirección que necesitábamos. Alucinaron con nuestro viaje. Nos dieron cuatro euros para cenar algo en la estación de servicio donde nos dejaron.

– El primer señor al que preguntamos en esa misma gasolinera nos escuchó atentamente. Puso su gasolina. Fue a pagar. Volvió y nos dijo que subiéramos al coche. Eran las once de la noche. Nos llevó durante una hora y media hasta la misma entrada de Venecia.

– Venecia es una ciudad sucia y llena de ratas de tamaño considerable. De noche, además, parece un parque de atracciones abandonado. No tiene nada de romántica, pero merece la pena por su singularidad.

– Esa noche dormimos en la Piazza San Marco. Al aire libre. Bajo la torre veneciana.

– Un par de chicos polacos que estaban de viaje nos llevaron de Venecia a Trieste. No tenían una ruta fija. Simplemente les dijimos a dónde íbamos y se sumaron a la misma dirección. En Trieste estuvimos poco más de una hora. No nos convenció la ciudad. Compramos la cena en un supermercado, jugamos al ajedrez y entonces uno de ellos se ofreció para llevarnos hasta nuestro próximo punto. Después de que uno de ellos fuera a buscar el coche donde lo tenía aparcado, les entraron las prisas. No sabemos por qué, pero subieron al coche, pusieron música electrónica de "serial killers" y nos condujeron a 160 km/h por carreteras de máximo 80km/h. No pasé más miedo en todo el viaje. Llegar, llegamos, con las piernas temblando. Fueron muy simpáticos en general pero esta ida de olla nocturna nos dejó confundidos.

– Llegamos a Koper un poco cargados de prejuicios. Estábamos en Eslovenia y no sabíamos qué encontraríamos. Pues todo lo opuesto. Una ciudad limpia, con vida nocturna y muy buena iluminación. Esa noche dormimos en el césped de una pequeña plaza del centro, con algunos chavales alborotando cerca.

– Saliendo de Eslovenia dimos con un señor que no hablaba nada de inglés pero que se ofreció para llevarnos unos cuantos kilómetros. Al bajarnos de la furgoneta, aprovechamos la cola del semáforo para preguntar a los coches de atrás si nos podían llevar. Un par de chicos accedieron. Les preguntamos en inglés. Contestaron en español. Eran de Barcelona.

– Cruzamos la frontera hacia Croacia con ellos. El policía del control les preguntó: "¿Por qué os reís? ¿Qué es tan divertido?". Nos detuvieron un buen rato. El policía le dijo al conductor que le enseñara la marihuana, que en ese caso sólo habría multa, que si el perro la encontraba habría multa y arresto de tres días. Nos dio 15 minutos para "cantar". No cantaron. El perro que tenía que acudir para realizar la inspección estaba "ocupado". Menudo farol. Al final nos dejó marchar, no sin antes recordar la catástrofe de España en el Mundial. Risas. Si ese tío supiera que yo iba con Croacia...

– Entonces llegamos a Zadar, Croacia. De día es una cosa, de noche es otra. La gente sale a las calles y de repente todo se llena de vida y color. Los edificios que de día parecían feísimos, de noche tienen cierto encanto. Esa tarde me tomé un merecido Nesquik.

– Esa noche dormimos en una barca pesquera, en el puerto de Zadar. La mejor noche del viaje.

– Al día siguiente coincidimos por primera vez con otro autoestopista. De nombre Michael, era alemán. Iba en la misma dirección que nosotros. Hablamos, intercambiamos datos de contacto y nos despedimos.

– El mar de Split huele fatal, pero la ciudad es bonita. De noche, especialmente recomendable.

– Dormimos en las afueras de Split. Saliendo por la carretera, encontramos un punto de compra-venta de furgonetas y camionetas usadas. Vimos un remolque ligeramente inclinado y nos metimos dentro. Algo duro, pero un lugar tranquilo.

– Nos costó la vida llegar a Dubrovnik, pero lo logramos. Allí nos reencontramos con Michael, por pura casualidad. Él pasaba la noche en una casa; nosotros estuvimos dos horas de reloj buscando un sitio medio decente para dormir. Al final pasamos la noche bajo la mesa de piedra de un merendero en un pequeño recinto para jugar a fútbol en las afueras. La peor noche, aunque hubo calma.

– Si costó llegar, más costó salir. Después de varios autoestops, entramos en Montenegro a pie y al poco rato una pareja española nos llevó unos kilómetros hasta Kotor. La entrada a Montenegro es preciosa, con el mar rodeado por todos los costados de montañas de importante altura. En Kotor decidimos saltarnos el guión y tomamos un autobús hacia Podgorica, la capital. Hicimos bien. A partir de ese momento comenzó a diluviar como nunca. Y encima con niebla espesa.

– Una vez en la estación de Podgorica, compramos el billete a Skopje. Decidimos no hacer parada en Kosovo. Queríamos ganar tiempo. Y mientras esperábamos el autocar, cenamos. Cenamos bien. Cenamos MUY BIEN. Cenamos como nunca lo hicimos en la vida. Increíble, pero la mejor comida que hemos probado en el viaje ha sido en la capital de Montenegro, en una cafetería de estación con aspecto turístico. Se llamaba Ciao Café. Tengo que darles cinco estrellas en tripadvisor.

– Suerte que cogimos el autocar a Skojpe. El trayecto de éste por Kosovo discurrió entre carreteras completamente a oscuras y sin ningún coche que informara de presencia humana alguna. Dios mío, de la que nos libramos. Entre frontera y frontera, un policía subía al autocar y revisaba todos los pasaportes. Eso sucedió hasta cuatro veces: al salir de Montenegro, al entrar en Kosovo, al salir de Kosovo y al entrar en Macedonia. Y cada vez el proceso duraba media hora. Dos horas de viaje entre fronteras.

– Esa noche dormimos en el autocar, cruzando Kosovo durante varias horas.

– Una pareja montenegrina-estadounidense se conoció en el autocar muy al estilo Before Sunset. Nos enteramos de todo.

– Macedonia es un país de aspecto precario, incluso la capital. Vale, de acuerdo. Apenas visitamos nada, pero lo poco que vimos no invitaba a adentrarse en ella. Decidimos salir rumbo a Grecia nada más llegar.

– Una de las personas que nos recogió era un azafato de una aeerolínea de bajo coste para destinos de países del este. Un contacto interesante.

– La siguiente persona era de Macedonia, pero había estado en EEUU. Por motivos de seguridad, antes de dejarnos entrar en el coche, nos hizo una foto y se la envió a su hermano. No fuera a ser que le apalearamos o algo. Al cabo de un rato de cogernos confianza, nos invitó a participar en un documental suyo sobre el burek, un alimento típico de la zona. Nosotros sólo teníamos que probarlo al tiempo que dábamos nuestra opinión (en nuestro idioma) y él nos grababa. Detuvo el coche en una pequeña ciudad, buscamos un supermercado, compró el burek junto con un yogurt bebible y entonces grabamos la escena sentados en un banco. Curiosa experiencia. Con suerte será proyectado en un festival de Chicago.

– Nos dirigimos a la frontera con Grecia a pie. Por la carretera. En determinado momento, haciendo autoestop, un coche se detuvo y nos dijeron que eran policías (mentira). Nos preguntaron si llevábamos pasaporte y nos enseñaron una supuesta identificación policial. Mi amigo les dijo "sí, sí, llevamos pasaporte, vamos a Grecia y ahora entraremos en esa gasolina a comprar agua. Adiós". Y nos marchamos de allí. Eran mafiosos. Se quedaron con un palmo de narices.

– De camino hacia la frontera, a escasos metros, apareció un policía en el arcén (esta vez vestido como tal). Nos preguntó a dónde íbamos y de dónde éramos. Nosotros dijimos que del mono y que era el misterio de la vida, pero no le hizo gracia. Es broma. Le explicamos que éramos autoestopistas y que íbamos a cruzar la frontera a pie. Realmente era policía. A unos metros de la autopista, en un camino de tierra colindante, apareció el jeep policial que confirmaba lo que decía ser. No nos pusieron problemas. Fueron simpáticos y nos dejaron marchar sin más, a pie. La primera buena impresión griega.

– Esa noche la pasamos en un área de servicio. Durmiendo sobre césped. Un área con césped, grande, tranquila, con cafetería 24 horas, enchufes gratis, comida rica, lavabo. EL PARAÍSO. Y una hora antes estábamos perdidos, en una carretera oscura, al lado de una gasolinera desierta. ¿Desierta? No, del todo no. En ella encontramos a una chica muy simpática que con mapa en mano se dispuso a orientarnos. Al poco de despedirnos de ella, apareció su chico y se ofreció para llevarnos en coche a dicha gasolinera. Nos salvaron.

– Al día siguiente, una pareja de jóvenes griegos nos salvó de morir en un punto muy malo de una carretera solitaria. Estábamos en la entrada a la autopista, donde poco antes nos había dejado otro coche. Y no pasaba nadie. Tuvimos que maximizar cada coche que pasaba por ese punto. Y pasaron dos. Nada. El tercero lo detuvimos. Eran simpáticos, quería llevarnos pero no disponían de espacio. Eran un chico y una chica que se iban unos días de vacaciones al sur de Grecia. El maletero y los asientos de atrás estaban repletos de cosas. Les insistimos en que SÍ CABÍAMOS (mentira). Y nos dejaron entrar. ¿Sabéis el Tetris? Pues Pedro era el bloque de cuatro piezas y yo ésa con forma de L. Aguantamos en el coche media hora. Podían llevarnos a Atenas, pues ellos pasaban la ciudad de largo, pero decidimos conservar nuestras piernas y hacer noche en Atalanti, un pequeño pueblo pesquero sin turistas, la mar de tranquilo. La pareja, al despedirnos, nos regaló dos pimientos, tres tomates y un melón. Ah, la hospitalidad griega...

– Esa noche cenamos en un restaurante familiar, a primera línea de playa. La propietaria era muy amable y servicial, hasta un punto casi exagerado. Nos pedimos dos ensaladas griegas bastante notables. Con queso feta a raudales.

– Jugar al ajedrez en la Akropolis de Atenas es una forma excelente de conocer gente de cualquier punto de la Tierra. Un señor indio jugó una partida contra mí. Y también nos cuestionó acerca de la situación política en Cataluña. Previamente, un joven japonés nos había tomado unas fotos jugando una partida e incluso quiso fotografiarse con nosotros. Éramos el verdadero espectáculo de la zona.

Y esto es todo lo que recuerdo. El próximo viaje, menos y mejor.

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