jueves, 14 de enero de 2016

Abro los ojos...

Abro los ojos.
Un hombre con traje levanta su maleta. La coloca en el espacio reservado para el equipaje. Luego se sienta y abre su agenda.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
Una anciana me pide amablemente que retire las piernas para sentarse al lado de la ventana, en el asiento de delante.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
Una madre juega con su niño de dos años.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
Tras la ventana, el paisaje va adquiriendo un color rojizo. El sol se esconde.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
Una pareja de mediana edad ríe al tiempo que se miran a los ojos, escuchando la misma música, compartiendo auriculares.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
Una niña juega con un cachorro de labrador. Éste le lame la mano y a ella le hace cosquillas.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
Un joven de pelo rubio, rizado, escribe en su bloc de notas. La chica de al lado trata de ver lo que escribe. Él lo sabe y sonríe, sin que ella lo perciba. No se conocen. Aún.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
El revisor charla con una joven sentada en el otro lado del pasillo. Ríen. Se conocen. Cada tarde coinciden en el tren.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
El hombre con traje duerme, y escucha música. Descubro en su Ipod que le gusta Scott Walker. Sonrío.
Cierro los ojos.

Abro los ojos.
La noche nos cubre a todos. Las luces del vagón se tornan tenues. Es un momento en que la gente opta por dormir, leer o entregarse a la música. Es un momento para susurrar al compañero de al lado.
Ya no cierro los ojos.

Es mi momento.
Voy a escribir.

1 comentario:

  1. La incredulidad puede tornarse a error cuando desconoces de donde proviene lo que no crees...
    De todos modos gracias, escritor.

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Habla habla, que yo te escucho.