Llego a casa pasadas las dos de la madrugada. Saco las llaves y abro la puerta, en silencio. La luz del comedor está encendida. Mi padre todavía sigue viendo la tele en su cuarto, aunque seguramente, dormido. No me oye entrar. Me dirijo a mi habitación, me quito la ropa, me pongo una camiseta pero no pantalones. Paso por el lavabo para lavarme las manos —algo que no soporto no hacer cuando llego de la calle—. Voy a la cocina, abro la nevera y saco un brik de leche, cojo una taza —está sucia y la limpio— abro un armario y saco el cacao, cuya marca no hace falta mencionar. Echo dos cucharadas, luego la leche...
Mientras hago todo esto me detengo a escuchar cada uno de los sonidos que provoca cada acción. Sonidos cotidianos que, precisamente por su repetición diaria, son los que menos valoramos. Si os pregunto por vuestros favoritos posiblemente me diréis "el de la lluvia", o "el de la máquina de café", o "los pájaros cantando a primera hora"... Pues bien, os invito a que hagáis este ejercicio. Esperad a que se haga de noche, a que vuestra casa esté en silencio, y haced lo mismo que yo. Escuchad cada sonido, cada movimiento que hagáis, cada pequeño tintineo, e imaginad que los estáis grabando en vuestra cabeza, como si dispusiérais de una cinta interna que os permitiera almacenarlos. Imaginad, luego, que estáis lejos de casa, que no disponéis de todo lo que ahora tenéis, y reproducid esa cinta en la cabeza. ¿Son o no son maravillosos?
Mientras hago todo esto me detengo a escuchar cada uno de los sonidos que provoca cada acción. Sonidos cotidianos que, precisamente por su repetición diaria, son los que menos valoramos. Si os pregunto por vuestros favoritos posiblemente me diréis "el de la lluvia", o "el de la máquina de café", o "los pájaros cantando a primera hora"... Pues bien, os invito a que hagáis este ejercicio. Esperad a que se haga de noche, a que vuestra casa esté en silencio, y haced lo mismo que yo. Escuchad cada sonido, cada movimiento que hagáis, cada pequeño tintineo, e imaginad que los estáis grabando en vuestra cabeza, como si dispusiérais de una cinta interna que os permitiera almacenarlos. Imaginad, luego, que estáis lejos de casa, que no disponéis de todo lo que ahora tenéis, y reproducid esa cinta en la cabeza. ¿Son o no son maravillosos?
¡Me encanta!
ResponderEliminarEl tic tac de un reloj. Un coche que se aleja en la calle. La respiración. E incluso vagamente los latidos del corazón.
ResponderEliminar¿Has hecho la prueba? ;)
ResponderEliminarSí :)
ResponderEliminar