lunes, 5 de agosto de 2013

Estrellas.

—Me sorprende lo segura que está la gente de las cosas.

—¿Por qué dices eso?


—Mira al cielo. ¿Ves aquella estrella? Es preciosa... Es mi estrella favorita. Es la única que puedo ver desde mi habitación, a través de la ventana, cuando estoy estirado en la cama. Es la última en darme las buenas noches.  Cada noche cierro los ojos pensando en lo pequeños que somos. En lo grande que somos. Somos minúsculos comparados con la infinitud del universo pero al mismo tiempo pertenecemos a él. En algún momento todos formamos parte de la misma unidad, aunque ahora vivamos como unidades independientes como si no tuviéramos nada que ver con el resto: con las estrellas, los planetas... Somos mini-estrellas. Somos mini-estrellas móviles, con vida propia y ciertamente sin luz, pero brillamos a nuestra manera. Y cada noche pienso en que, quizás, esta estrella que me da las buenas noches mira hacia donde yo estoy y me observa con ojos de estrella y piensa que yo soy una mini-estrella. Y que soy la última en darle también las buenas noches.


—¿Y qué tiene que ver esto con la seguridad de la gente acerca de las cosas?


—Pues bien, esta estrella, que vemos ahí con total seguridad, porque nuestros ojos no nos engañan... no existe. Murió hace 700 años. Pero su imagen, la luz que proyectó hasta entonces, todavía viaja en el espacio, a una velocidad casi inimaginable y llega hoy, a nuestras retinas. Esa estrella ya no existe y, sin embargo, la vemos. ¿Cómo no va eso a sacudir todas mis certezas?





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